El domingo volví a casa, a mi rincón, a mi agujero, aquí.
Los domingos se han convertido en mi día de vuelta: dos horas y media de viaje sumando matrículas y olvidando números a la misma velocidad, dos horas y media de radio y unos minutos de parada esporádica a mitad de camino.
Como cada domingo dejé la bolsa encima de la mesita del comedor, saqué el portátil y un par de calcetines hechos una bola, preparé la cena y me acosté.
Programación de domingo, bueno, con el cable no existen programación de domingo, no existen los fines de semana, ni los dibujos del sábado después de comer ni la película de “sesión de tarde”. Todo es plano. Nada es único. Nada sorprende.
Me quedé dormido más o menos a las diez y mucho, antes de que el temporizador de la televisión hiciese su trabajo. Once, doce, una… seis y sonó el despertador.
Ya era lunes, semana nueva.
A las ocho fui a ducharme, me miré al espejo y casi con sorpresa me dije: “No recordaba esa barba en mi cara.”
No sé por qué, bueno, puede que sí, da lo mismo, pero hice una foto al espejo, lo apunté en un post-it y lo pegué en la parte de abajo del teclado.
Tengo la mesa y la cartera llena de post-it. Me preocupa olvidar. No quiero olvidar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario