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lunes, 30 de agosto de 2010

Ansiedad


Hoy he vuelto a madrugar. Ya hacía dos semanas que me dejaba llevar por las mañanas y que miraba el reloj sólo de vez en cuando y de refilón. Pero hoy he vuelto a la rutina, a recuperar el día a día y a organizar la jornada antes de que salga el sol. El despertador ha sonado de nuevo a las seis, he jugado un rato con los cinco minutos de repetición de la alarma, me he levantado, me he mirado al espejo, he preparado el café y he encendido una vez más el ordenador.


Recuperar los hábitos puede convertirse en algo cansino y penoso. Volver a lo ordinario para dejar de lado lo extraordinario descoloca un poco, por no decir bastante, pero puede que sea necesario recuperar el paso cansino. Ya se sabe, la intensidad es rápida como la luz y efímera como un chispazo y no hay cuerpo que aguante un subidón eterno.


Volver, nos fija al suelo, nos proporciona rutina y nos devuelve los hábitos de vida y de trabajo, en resumidas cuentas, nos regala una nueva hoja en blanco, a veces inmensamente pesada y vacía, para ir llenándola de futuro, de deseos, de esperanzas o simplemente de humo.


Volver también suele convertirse en un alivio al recuperar el control total del entorno, otra cosa es que lo neguemos o que una vez hecha cierta la frase: “como en casa en ningún sitio”, queramos volver a tener lo que hemos dejado atrás. Conformarse con el ahora, saber apreciar el momento justo y dejar de lamentarse por lo que pudo ser, no ha sido nunca tarea fácil: quítame algo para que automáticamente lo convierta en objeto de deseo, dime que sí para que empiece a negarlo todo o háblame de la luna de hoy para que eche de menos el sol de ayer.


Mira tú por donde, parece ser que tanto la ida como la vuelta nos generan ansiedad: ansiedad por ir hacia lo deseado y ansiedad por volver a lo conocido.


No sé, puede que sea parte de nuestra esencia pisotear las margaritas que plantamos ayer por coger las nuevas de hoy o generar cambios bruscos en el día a día para hacer antagónicas las horas de trabajo con las de ocio. El caso es que cualquiera de los trayectos que andemos o cualquiera de los momentos que vivamos, se convierten en rutinas, diferentes, es cierto, pero rutinas. Rutinas en las que recogemos día a día un nuevo reloj envuelto en celofán, lo desenvolvemos y contamos con ansiedad cuántos quedan en la caja, cuántos faltan para poder abrir una caja nueva. Contando, contando y perdiendo los detalles de cada reloj, deseando abrir el siguiente y añorando el anterior.


Está visto que la estancia en cualquiera de los trayectos, también genera ansiedad.


Voy a ver qué está pasando en el mundo.


1 comentario:

  1. Me hace pensar en la ansiedad de vivir pensando en el mañana, cuando lo único que tenemos es el hoy. Un día al abrir la próxima caja, solo encuentras un enorme vació que y el dolor de lo que ya no volverá.

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