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martes, 4 de mayo de 2010

Un punto en el océano


Cuando era niño, las islas desiertas eran eso, islas desiertas, ocultas y desconocidas, al igual que las arenas movedizas y los caminos que bordeaban las montañas de la selva de Tarzán, esos paisajes formaban parte del imaginario de mis amigos y del mío. Si alguien nos hubiese pedido que dibujásemos una isla, el resultado hubiese sido muy similar y la idea prácticamente la misma, parecida a la isla que Forges sigue dibujando con esos dos náufragos de largas barbas

La isla también es ese trozo de tierra inexplorado, Shangri-La, o la nave Off World que sobrevuela el viejo y mítico The Bradbury de San Ángeles en Blade Runner y que anuncia la huida hacia nuevos territorios en las colonias exteriores, una vida nueva, una tierra por descubrir, la ocasión de volver a empezar. El único problema es que la huida no sirve para nada porque siempre hay un destino, una estación final en la cual volvemos a repetir esquemas antiguos y gestos aprendidos. Resulta paradójico encontrar un territorio virgen y contaminarlo con el primer aliento.

Cuando cuelgo una fotografía o cuando le doy a compartir a una de mis entradas, me siento como Robinson, un punto en medio del océano que se pasa el día tirando botellas al mar y mirando incansable el horizonte y el cielo en busca de cualquier signo de civilización, creyendo que aquello que fue es mucho mejor que lo que es ahora, un náufrago colonizador que añora el te del medio día y que desprecia la belleza virginal y explosiva de la isla y la vergonzante desnudez de Viernes.

Los años y la velocidad me hacen olvidar de vez en cuando lo afortunado que fui esos días en los que el mundo que conocía no representaba ni la mitad de su tamaño total y pasaba horas imaginando tesoros escondidos, maneras de sobrevivir al ataque de una tarántula gigante o al posible hundimiento en las arenas movedizas.

Esa es la clave, creer que todavía hay algo por descubrir y aprovechar la estancia en esta isla desierta creyendo que todo vuelve a ser posible. Aunque no prometo nada, intentaré que mis botellas no lleven solo mensajes de socorro y que de vez en cuando se cuele algún grito de esperanza.

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