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lunes, 10 de mayo de 2010

Los derechos de autor


Como prácticamente cada domingo por la tarde, en el viaje de vuelta a Albacete desde Madrid, me encontraba matando el tiempo sumando los números de las matrículas de los coches y escuchando la radio. Pero este domingo fue diferente, era el anticipo radiofónico de la programación de verano. De la parrilla habían desaparecido los goles del "Carrusel deportivo" para dejar paso a otro tipo de programación menos ruidosa y más pausada.

Alternando entre una emisora y otra para encontrar un sustituto de los goles, acabé en Radio 1. Estaban entrevistando a José Luís Cuerda y a Sole Giménez, bueno, más que entrevista era una conversación a tres con la conductora del programa. No sé muy bien cómo pero acabaron hablando de los derechos de autor y de la piratería. En ese momento el tono ameno y tranquilo de José Luís Cuerda se rompió y se encendió cuando empezó a hablar de los usuarios, la piratería, los medios de comunicación y la laxitud de legislación actual en lo que respecta a los derechos de autor. Entonces me acordé de Wyoming, no sé muy bien qué día fue esa tarde de jueves en “Asuntos Propios” en Radio 1, en la que él también estaba cabreado con las críticas al canon, con los derechos de autor y con la hipocresía con la que se tratan los derechos de los artistas. Entonces pensé, seguro que si los colocamos en uno de los dos bandos, “o conmigo o contra mí”, ambos acabarían en el lado oscuro.

No sé, puede que las cosas no son tan simples como a veces queremos verlas, ni por un lado ni por el otro.

Trabajo y obra, aunque según la RAE sean sinónimos, socialmente no lo son. El primero se asocia al esfuerzo y al sudor y el segundo a la creación y al ocio. Yo soy arquitecto y mi trabajo tiene las dos cosas, una parte de creación y otra de andamio. Muchas veces me cabreo cuando me preguntan si hoy voy a trabajar o no, a lo que respondo: - "¿Cuándo coño he dejado yo de trabajar?"

Por una extraña razón, la creación no está suficientemente asociada al trabajo, parece una tarea de ociosos y de espabilados. A veces pienso que parte de la izquierda, es responsable de esta disociación. La lucha de clases es un invento clasista, parece una contradicción, pero es así. La clase trabajadora siempre ha estado sujetando la losa del discurso intelectual de sus ideólogos y por ello es imposible que el trabajo físico vea como un igual al trabajo creativo, han dedicado demasiados esfuerzos en separar la teoría política de la masa maleable de una parte importante de su electorado. La izquierda ha olvidado generación tras generación a su base social, ha olvidado que lo que realmente hace libres a los ciudadanos es el conocimiento y la libertad, no una masa ignorante y maleable. En ese aspecto la derecha ha sido más sincera, directamente ha tenido claro quién es el patrón y quién es el trabajador: “Si quieres algo, cúrratelo aunque tengas que comerte tus principios”. Lo vuelvo a repetir, lo difícil es ser de izquierdas y decir cualquier otra cosa es pura hipocresía. Como me dijeron una vez: “¡Joder, requiere tanto esfuerzo ser coherente desde que te levantas hasta que te acuestas que no sé si vale la pena!”. Algún día habrá que afrontar y creerse de verdad que trabajo, formación y conocimiento son realmente derechos fundamentales.

En el caso de mi profesión, los derechos de autor no existen. Sí, el material gráfico y plástico son propiedad del autor pero estos tienen el mismo valor que la partitura o el café con leche que se toma el compositor, son puro proceso creativo, fases intermedias, objetos de subasta a lo sumo.

La creación es un proceso complejo y largo, un cajón de sastre del cual nace la obra. ¿Qué está sujeto a derechos de autor? ¿La formación, el proceso o la obra? Posiblemente ninguna de las tres ya que el fondo de la discusión está la distribución, el beneficio y en algunos casos, por desgracia, el ego y el reconocimiento personal.

Volviendo a mi trabajo, cuando creo mi obra, la cobro y pierdo todo derecho sobre ella, bueno, pierdo los derechos de autor y me quedo con la responsabilidad civil de esa edificación. Es decir, mi creación puede ser modificada, alterada y ultrajada a cambio de seguir siendo responsable de ella casi de por vida. Con el cobro de honorarios traspasamos la propiedad total al promotor que nos paga. La formación y el proceso intelectual siguen siendo nuestro, la obra, no. Me gustaría que alguien me explicase en términos de propiedad intelectual, derechos de autor o de lo que sea, qué diferencia hay entre una película, un cuadro, una canción y una casa. Posiblemente la única diferencia sea la del pantalón y la corbata: uno de ellos es un artículo de primera necesidad y el otro no.

Supongo que la clave de todo esto es poner al mismo nivel trabajo físico y trabajo intelectual, solucionar la comercialización, gestión y distribución de la obra y que los derechos no se eternicen en el tiempo. Al minero no se le paga por lo que sacó ayer sino por lo que sacará hoy, a mí no se me paga por la reventa de una de mis viviendas, incluso al futbolista no se le paga por los goles que metió cuando era profesional, ¿por qué entonces hay que pagar toda la vida los derechos de autor de una canción o de una película? ¿No pagamos ya la comercialización o la distribución de las mismas?

Es cierto que el pirateo es un problema y hay que cortarlo de raíz, pero también lo es que ese negocio ilícito ocupa el espacio que deja una mala regulación o el cierre en falso de un problema no afrontado con seriedad. Centremos el tema y señalemos al intermediario y dejemos de acusar por sistema y sin pudor tanto al creador como al usuario. Llamadme demagogo si queréis, de desprotección del artista, de reconversión de la industria, de pérdidas millonarias o de cualquier otra cosa, pero hasta que la cultura y el acceso a ella no sean verdaderamente universales, seguiremos con la misma cantinela una y otra vez.


No pongamos a cotizar el conocimiento.

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