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miércoles, 2 de junio de 2010

Desde el infinito


Durante estos largos meses en los que las prisas del feroz mercado han dejado paso al sosiego, a veces aprovecho el espacio que queda para volver a casa después de la última visita de obra para pensar y hacer recuento. En uno de estos momentos ganados al tiempo, decidí subir a lo alto de la montaña para ver a lo lejos cómo se veían mis viviendas situadas en el pueblo. En la subida recordé a Oiza hablando de la representación isométrica de la arquitectura, del punto de vista y del distanciamiento: “Vete hasta el infinito y entonces entenderás la obra”, así que me armé de valor y una vez arriba me decidí a mirar... Subido en todo lo alto del monte, antes inaccesible y ahora destrozado por caminos de grava, aerogeneradores y un depósito inservible de agua, vi los resultados a lo lejos… Con rabia envidié la limpieza del muro de piedra y la pureza de la cal blanca.


¿Ha valido la pena llegar a esto? ¿Qué camino he seguido para llegar hasta aquí? El sentimiento es encontrado: feliz porque el promotor ve realizada “su casa” y cabreado porque no he sabido ser “su arquitecto”, contento porque me ha permitido llegar hasta aquí y sintiéndome culpable por haber tirado la toalla demasiado pronto, esperanzado por el día que vendrá y cansado porque ese mañana ya fue ayer.


Bajé de la montaña y en el coche de camino a casa pensé que era imposible la coherencia desde esa montaña.


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