Cada año, como si de una estación se tratase, vuelvo puntual a la melancolía. No sé muy bien cómo, pero también, cada año salgo de ella. Desde la euforia o desde las alcantarillas, escribiendo uno de sus nombres: D E S E N C A N T O, rompo el hechizo.
Los dos palmos que separan los ojos del papel o de la pantalla, son la distancia justa de la autocomplacencia, o si no, ¿cómo es que sigo vivo?
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